(Que es eso de encontrarse con vampiros a pleno sol. Los vampiros salen por la noche, como todo lo malo. Sorry, hay cosas que son innegociables)
Si usted es de los que tiene perro en más de una ocasión se habrá encontrado desactivando el miedo que su animal de compañía provoca en algunos de sus conciudadanos:
–Tranquilo, que no muerde.
Pongamos que tenga un Doberman. Sus vecinos ya se habrán percatado de la inocencia de su mascota si usted suele pasear a tan soberbio can ataviado con un tutut. Pero claro, a pesar del ridículo atuendo, estarán conmigo en que un Doberman es un Doberman. ¿Y si ese trato vejatorio le hubiera provocado al bicho algún tipo de alteración psíquica? Ya me dirán, con el potencial dañino que promete su pedigrí.
Pero podría ser que el animal hubiese conseguido un control absoluto sobre sus instintos, que se hubiera vuelto un ejemplar asesino perfectamente inofensivo de puro cívico. Algo exótico, debido a sus orígenes, eso si. Como le ha pasado a Edward, el vampiro que La tal Meyer ha puesto de moda al relatar sus aventuras en formato Best Seller.
Edward es el hijo adoptivo de un vampiro que se hizo médico para salvar vidas humanas y poder así redimir su esencia maligna. Algo así como un vampiro pro-derecho a la vida. Un poco raro (o católico), puesto que la única razón del Mito Transilvano, radica en su condición pérfida. Entiendo que la moraleja va sobre vencer la bestia que llevamos dentro, pero ¿cuál es la fascinación que provoca un Vampiro reprimido?
Junto a sus padres y hermanos, Edward lleva una vida que podríamos considerar normal si exceptuamos la aversión que los de su especie sienten por la comida y su imposibilidad de conciliar el sueño. Este último hecho ha provocado en la familia un cierto interés por la ciencia, el arte y la cultura. Y es que hay que llenar tantas horas de insomnio. El día en que Edward se enamora (momento en que empieza la novela) toda su energía se concentra en tratar el objeto de su amor con el respeto que merece toda princesa.
Asistimos pues a la descripción de la vida de un vampiro que creció entre vampiros entregados con buena voluntad al respecto a la vida y preocupados por la seguridad ciudadana. Es un poco desconcertante que un vampiro consagre su vida a esto ideales y me parece, además, sospechoso que Edward no sea hijo carnal de Papá Vampiro (¿ni muerden ni procrean?).
Después de 200 años de negación yo esperaba ver en Edward síntomas de una crisis existencial. La aparición de algún deseo irrefrenable, un mordisquito, algún desliz, vaya (de otra forma no entiendo porque Meyer decide contarnos su historia hoy, y no durante la desgarradora lucha por la abstinencia que debió padecer en el pasado y que sin duda hubiese sido de mucho mas interés). Esperaba, pues, que cediera algún dique, porque ni siquiera un ser humano encuentra espacio en su interior para tanta materia oscura, no digamos un vampiro. Pero que va, me parece que ni la castración química es tan efectiva como la educación que Papa Vampiro ha dado a Edward y a sus angelicales hermanitos (alguno de ellos es un poco mas cabroncete, pero nada, sus devaneos no pasan de travesuras).
En definitiva, que Meyer ha escrito el libro sobre vampiros mas ridículo que pueda existir. La historia de un Vampiro que no muerde. Aunque reconozco que el enfoque me ha sorprendido, si, a mi nunca se me hubiera ocurrido crear un Vampiro Santurrón. Y de haberlo hecho le hubiera sacado jugo, ¿se imaginan hasta donde nos podrían llevar los trastornos de un Doberman vestido con tutut?. La historia de Meyer lleva asociada la sorda moralina de una sociedad adolescente con un concepto de vida que recuerda mas a una arcadia repleta de centros comerciales que a una historia sobre Drácula.
He preguntado a los que habían avanzado en la lectura de la historia, en que instante, capitulo o libro empezaba el tema a tomar acción pero me han dicho que no, que hasta el momento nuestro vampiro trata a su víctima cual Virgen María. Pues nada, por mi que no quede, por favor, que alguien me avise si durante las próximas entregas este vampiro sufre algún arrebato digno de mención y me comprometo a seguir con la historia, saltándome, claro está, todo este inmaculado edén de transición.
Miss Plumtree, para Tarraconats, en agosto 2009
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